14 décembre 2005

1985-2005

En aquellos años mis padres iban desnudos por nuestro apartamento de Madrid, desayunábamos con canciones de Massive Attack y del Substance de New Order, y yo revoloteaba por entre las piernas de políticos, escritores, periodistas y músicos, todos comunistas, que pasaban las noches arreglando el mundo, olvidando que el resto del mundo no les dejarían hacerlo... Cuando mis padres abandonaron la ciudad y se fueron a París, muchas cosas habían cambiado, pero no aquel apartamento donde he pasado mis años de estudio, donde he vivido la soledad más acompañada que se puede tener, haciendo fonda de mis amigos y amigas con problemas, punto de encuentro para idas y venidas, estancias temporales, campamento de invierno, lugar de amor y recreo, refugio de las tristezas ajenas y de algunas propias que ya no prefiero olvidar, porque no duelen.
Hace dos semanas, mi padre me pidió opinión. Qué hacemos con el piso de Madrid, me dijo. Tal vez deberíamos venderlo, añadió. Ese “deberíamos” se me hundió en el pecho, pero estábamos hablando por teléfono, y mi condición de tortuga con caparazón de iglú habló por mí cuando le respondí: “véndelo; si no vamos a volver allí, para qué tenerlo”.
Ayer llegaron las cuatro cosas que quedaron sin exiliar del apartamento, las que no entraron en el camión de mudanzas cuando me marché a Bruselas, a principios de este año. Ahora las tengo aquí delante y parecen asustadas, aún con el polvo acumulado de una estancia solitaria en otra ciudad. Si tuvieran vida, me dirían: “Por qué nos has hecho esto, si nadie daría un euro por nosotras”, y yo les habría respondido: “Porque tenéis el valor de casi toda mi vida”.

1 commentaire:

Anonyme a dit…

Es una sensación que echo de menos sin haberla tenido. Me he mudado tantas veces que todo se ha movido, cambiado, mutado. Es como perder la prueba de que fui niño.
Besos