Sólo en casa de Marie te puedes encontrar lo mismo a un chileno que habla en un francés muy británico, a una actriz norteamericana que presume de haber decidido escapar de los flashes de Hollywood, cuando lo cierto es que lo ha hecho porque vivir en París es ahora la moda entre las actrices norteamericanas, o a un escritor de esos que siguen intentando convencerte de que después de Schopenhauer nadie ha pensado nada interesante. O a alguien que, por supuesto, quiere ligar contigo cuando le dices que eres española y tienes 21 años y compartes piso con un puñado de estudiantes o, en muchas noches, con una lesbiana que nunca te ha metido mano.

- Eso es muy interesante –me dice el chileno que no sé cómo se ha enterado de todo eso y que también, como muchos chilenos, abunda en la idea de ser un gran filósofo psicoanalista diciéndote que entiende muy poco de filosofía ni de Freud.

- ¿Interesante? –le respondo, buscando con la mirada a alguien que me rescate antes de que me responda lo que ya sé que me va a responder.

- Sí. La última vez que estuve en España me di cuenta de que allí todavía la gente se la da de auténtica y es capaz de cargarse a Marcel Duchamp sin haberse leído ni una obra suya.

- ¿Y...? –Monique, a diez metros de mí, me guiña un ojo y me viene a decir algo así como “aguanta, que voy para allá”.

- Pues que está claro que usted es distinta, que no parece tener lo malo de los españoles ni lo malo de los franceses...

Es entonces cuando te dan ganas de decirle que es justo lo contrario, que lo peor de cada patria lo llevo dentro como si fuese un diu. Pero todo sea por Marie, por no hacerle el feo, o por no hacerle el feo a la amiga de Marie, o sea, a Monique, que sigue mirándome de reojo y diciéndole que sí a todo lo que un rubio alemán de dos metros le explica, aunque mucho me temo que con Radiohead a todo volumen y con las más de 30 personas que estamos enlatadas allí dentro, será tan difícil que Monique entienda al alemán como que yo me pueda deshacer del chileno vestido como Hedi Slimane decidió que se vestirían todos los hombres que quisieran ser modernos y fueran lo suficientemente delgados como para permitírselo. Así que lo único que podía pasar es que alguien me ofreciese otra copa y de camino aprovechar para disimular que me estaban llamando por teléfono. Pero en estas, después de un minuto girando en torno a Zizek y a si yo era analítica o continental, aparece mi salvación en forma de morena de pelo largo y cámara en mano, pidiendo aire alrededor de mí para hacerme una foto y luego, como quien no quiere la cosa, darme un beso y tomarme por el brazo pidiendo disculpas y sacándome de allí con la excusa de que las mujeres van siempre de dos en dos al baño, y yo le susurro al chileno escuchimizado en el oído que eso es lo mismo en España, Francia o Kuala Lumpur.