21 juin 2006

Un amigo español me contó una vez que lloró en el Museo de Orsay ante los nenúfares de Monet. Ayer pensé mucho en ello, después de oír la Pavanne de Fauré en una iglesia de Montmartre, cercana a la rue Caulaincourt, donde Modigliani alquiló un estudio nada más llegar a París. No hizo falta gran cosa, sólo cerrar los ojos y trasladarme a un tiempo que nunca viví pero que se aloja en mi imaginario como si lo hubiese vivido, y dejar correr las lágrimas por mis mejillas, y no evitar que cayeran por el cuello, hasta secarse y volver a mi piel, de nuevo. El viejo Georges, sentado a mi lado, se dio cuenta y sonrió con sus pequeños ojos también brillantes.
A la salida del concierto permanecimos sin hablar durante un largo rato, casi hasta llegar a su casa, donde nos encontramos con otro de los Georges, que nos sacó de nuestro estado hipnótico contándonos la última trifulca entre socialistas y gobierno en la Asamblea Nacional. Unos minutos después nos despedimos, el viejo Georges me dio las gracias por haberle acompañado y yo seguí caminando el largo trecho que me quedaba en dirección al apartamento. Poco antes de entrar en mi portal, una de las putas del barrio me aseguró que me veía más guapa que nunca; le pregunté por qué y me dijo que no sabía, que si estaba embarazada o algo así. Imposible, le dije. Pues tienes esa belleza, respondió.
Le di las gracias con un beso. Luego pensé que, en aquellos tiempos, seguramente ella hubiera posado para Modigliani.

1 commentaire:

Anonyme a dit…

Tuvo que ser precioso ese concierto, con sólo leer tu post es fácil que a uno se le ponga la piel de gallina.