Por aquellos años, a mediados de los ochenta, mis padres tenían un tocadiscos Pioneer donde escuchaban a The Smiths, Joy Division/New Order, Durruti Column, The Inmaculate Fools o The Cure, y también a los primeros discos de Duncan Dhu, La Dama Se Esconde o Danza Invisible, a quienes luego les perdí la pista porque dejaron de sonar en casa y en Radio 3 y porque nunca me enganché a Los 40, que ahora celebran aniversario. Con tres ó cuatro años yo iba por los pasillos tarareando de memoria canciones de Radio Futura o Esclarecidos, sin apenas entender sus significados, y aprendí a recitar de memoria todas las letras en inglés de The Queen Is Dead, tal vez el mejor disco de pop de aquella década. También recuerdo rarezas como aquel maxi de Carmina Burana, o el primer lp de Círculo Vicioso, o los de Finis Africae para Grabaciones Accidentales, o maquetas de grupos madrileños que nunca llegaron a tener disco, o los que se grababan en El Cometa de Madrid... No era la única música que sonaba en aquel plato para vinilos: también los del sello soviético Melodiya, que mis padre se traían de sus viajes a Moscú, y que me iniciaron en autores rusos (Shostakovich era y es de mis preferidos), y los de la colección Deutsche Grammophon, que aún sigo comprando en cd.
Cuento todo esto porque anoche estuve revisitando la colección de música de mi padre, y porque hoy iré a ver a Nouvelle Vague, que tocan en París. Es obvio que todo tiene relación.
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