Anoche, a la salida del concierto, llegué a pensar que toda la gente en la calle estaba tan pletórica como yo; incluso los pesados futboleros que celebraban la victoria de les bleus sobre nuestra roja, parecían felices por los mismos motivos que yo, por el goce de la música, por la tajada de luna en el cielo. Sólo faltó una lluvia tibia y lánguida, sentirme como Carmen Maura en aquella escena urbana y nocturna, regada por el agua de un camión cisterna, a la vez gozosa y triste. Es curioso comprobar qué poco necesitamos para ser felices y cuánto nos cuesta, a veces, llegar a alcanzar la felicidad con cosas menos ínfimas que nuestra propia vida.
Me dijiste te quiero y yo te respondí lo mismo. Luego, al final de la avenida que divide nuestros rumbos, nos despedimos como siempre. Hoy hace un año que vine a esta ciudad.
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