01 février 2006

La espalda de París (y II)

Los alojamientos de emergencia de París son “demasiado violentos”, aunque preservan del frío. Y no dejan entrar a los perros.
Adan y Gregory son polacos y viven en una choza de madera flanqueada bajo la curva del puente. También tienen un perro, que monta guardia y los protege. Están allí desde 1996. Para ellos no hay permiso de residencia del RMI. Trabajan en un edificio cercano a una calle con tenderetes de fruta y verdura, “las gente del mercado nos dan comida”, explica Gregory en francés bastante correcto.
Más allá, un par de chabolas con indigentes que rondan los sesenta años. Sólo chapurrean algunas palabras en francés. Micha abre la puerta de su choza, hecha con materiales heterogéneos, y sonríe. Un rompecabezas que representa una escena de caza fijada en la pared, una chimenea, un fregadero del acero inoxidable, el lugar es casi inútil. Afuera cultivan patatas, coles, “según la estación”.
En Vincennes son aproximadamente cincuenta las personas que se resguardan como pueden. En una especie de tiendas de iglú hechas con madera, la gente sin hogar recolecta lo que puede por las mañanas, según sus posibilidades, “con la única pretensión de tener algo que cocinar por la tarde y hacerse compañía", me cuenta Jerome, un hombre joven de unos treinta años. Laurent, que en tiempos pasados fue contable, es el que mejor duerme de todos, bajo una tienda “confortable”. Según los agentes que habitualmente trabajan allí, es "un caso psiquiátrico, dice que se comunica con los roedores".

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