A mi padre le brillan los ojos. No como antes, cuando sus párpados estaban amoratados de tanto llorar; ahora es por amor, y no he visto jamás un brillo tan hermoso como el de las personas enamoradas. Él lo sabe, y ha hecho todo lo posible para que yo también lo sepa.
Ella se llama Marie, tiene treinta años y es una persona encantadora. La conocí ayer. Al verlos juntos, cenando conmigo, mis ojos también brillaron a su salud. Luego, en un momento en que Marie y yo nos quedamos solas, ella me pidió opinión sobre la relación. Estas cosas nunca son fáciles para nadie, me dijo.
-Echo mucho de menos a Eve, mi madre –le respondí-, pero aún echaba más en falta la felicidad de mi padre. Y eso, a diferencia de lo otro, sí tiene solución.
Se lo dije con todas mis fuerzas y con toda la intención de que fui capaz. Si algo tengo claro, si algo sobrepasa todas mis contradicciones como ser humano, es que nuestras vidas no son culebrones de sobremesa.
-Echo mucho de menos a Eve, mi madre –le respondí-, pero aún echaba más en falta la felicidad de mi padre. Y eso, a diferencia de lo otro, sí tiene solución.
Se lo dije con todas mis fuerzas y con toda la intención de que fui capaz. Si algo tengo claro, si algo sobrepasa todas mis contradicciones como ser humano, es que nuestras vidas no son culebrones de sobremesa.
1 commentaire:
No recuerdo como llegué aquí, a tu Blog. Hoy te recupero y te leo de nuevo. Momentos como el de ahora, contigo, me dan fuerzas para olvidarme de los heraldos negros.
Besos.
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