Al final compruebas que tu vida material cabe en unas cuantas cajas y que, en realidad, no es gran cosa. Eso no es malo, porque sirve para asumir que lo más importante no son las posesiones, sino los hechos, las acciones, los pensamientos, los sentimientos y, también, las ausencias y las cosas que has dejado de hacer. Cuando lo único amasado es capaz de entrar en una camioneta de mudanzas, te das cuenta de que el hatillo más pesado y voluminoso va cargado de interiores, y ese te lo llevas a cuestas, nadie puede llevarlo por ti. Entonces se trata de saber repartir la carga para no quedarte tirada en el camino, para que las piernas no flaqueen, para que tu espalda sufra el menor daño posible y no acabes destrozándote las rodillas en el asfalto.
Por suerte, no me da tiempo de hacer un listado de todo eso. Ni siquiera puedo pararme a pensarlo. Acaso a meditar sobre el tema, como hago aquí ahora. Acaso a decir “¡joder!”, como me dijo ayer alguien cuando me preguntó que por cuánto tiempo me iba y respondí que, en principio, sería para siempre. Frase hecha, por cierto, ya que casi nada suele durar tanto.
16 février 2005
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