24 janvier 2005

Sólo mirarte es suficiente. Sólo imaginar que el silencio pudiese ser lo único que se interpusiese entre nosotras dos, sólo pensar que nuestra respiración podría ser el camino que fuese y viniese desde tu aliento hacia el mío, que luego recuperases y transformases en tuyo, que luego volviese a mí como si fuese nuevo y sin embargo eterno... incluso desde la distancia que nos separa me siento como si te mirara y estuvieras frente a mí, desnuda y callada.

Llevo horas leyendo y releyendo tu blog, tus páginas llenas de sentimientos que no hemos compartido, las historias que nunca hemos vivido juntas y, sin embargo, están ahí, como si siempre hubieran existido esas vidas en la mía, como si fuesen parte de mi vida y, sin embargo, nunca han existido. Ahora entiendo a aquella mujer que nos hizo llorar, ¿la recuerdas?, ahora la veo como si formase parte de mis emociones y de los caminos que no recorrí con ella. Hoy la llamé por teléfono y tomamos café. Me tomaba de las manos y me agradecía todo aquello que te corresponde a ti, no a mi, me sentí partícipe de su historia. Se llama María, tiene cuarenta años y una vida dura. Su pareja, Mónica, lleva diez años con ella en un tira y afloja, dice sentirse como lo que tu solías decir, una actriz de carácter en lo alto de la Torre de Babel, aturdida, infeliz e incapaz de sentarse a horcajadas sobre el cable de alta tensión, ardiendo lentamente. No hacemos el amor, me dice con tristeza, y se acuerda de aquellos tiempos en que todo era distinto, en que dos mujeres se sentían en lo más alto del mundo. Luego hablamos de teatro, casualmente me vio en una función que dimos hace un año en el teatro de su barrio, me dijo que entonces había tenido una de sus crisis con Mónica, que apenas recuerda la obra que representamos... el azar tiene esas cosas, como también tú solías decir.

María me recuerda a mí cuando te dije que estaba enamorada de ti, en aquel concierto de PJ Harvey. Teníamos dieciséis años, me dijiste que mis ojos brillaban. Yo coleccionaba tus gestos, tu forma de mirar, incluso intentaba escribir con la misma letra que tú. Una tarde, en el bar del instituto, te enseñé mi colección de dibujos: en todos estabas tú, te sorprendiste al ver que era cierto que te coleccionaba. Cuando nos despedimos, te di un beso en los labios y nos abrazamos con fuerza, y cuando nuestros cuerpos se separaron, tus mejillas estaban mojadas por mis lágrimas. Hoy, al decir adiós a María, la besé en la mejilla y también sentí el sabor salado de su tristeza. El mundo está lleno de amargura, y yo, que siento ser una isla en medio de todo esto, no puedo quedarme inmóvil y apartada, haciendo como que a mi no me afecta. Quiero que este silencio que disfruto contigo ahora, al escribirte, puedan sentirlo otras personas con aquellas a quienes aman, porque es muy sencillo, aunque parezca la cosa más difícil de todas.

Escribe esto en tu blog, Rose. Quiero, siquiera sea de esta forma, ser parte tuya.

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