25 janvier 2005

About me (bye)

(Everything will flow, nunca olvidaré esa canción, you know.)

-Tengo 38 años, una mujer que me quiere y a la que quiero y una vida que me gusta. Esto es como un mazazo fuerte en la conciencia, un zarandeo a todo lo que me ha hecho ser como soy y tanto he deseado ser.
Se sienta al borde de la cama y me mira. Permanezco tumbada, los ojos nublados, dejándome acariciar el pelo por él. Luego le cojo la mano y la beso.
-Tienes manos de pianista.
Me mira y sonríe. Una sonrisa triste.
-Sé que esto no está bien, ni siquiera para ti. Me resultas inevitable. Eres como el sándalo, que cuando pincha, perfuma.
Suena el despertador del móvil y todo se derrumba, de repente. Habíamos acordado que no nos despediríamos, que me iría cuando él entrase a ducharse, y que dejaríamos al juego del azar nuestro próximo encuentro, sabiendo los dos que éste no volvería a producirse nunca más. Lo sabíamos, sin duda, pero haríamos como que no. Por eso, cuando él entra en el cuarto de baño, cojo mi ropa y me visto lentamente, corro las cortinas para que entre la escasa luz del amanecer y, una vez preparada para salir, me perfumo con su colonia y me fumo uno de sus cigarrillos, sentada a los pies de la cama, intentando prolongar el momento sin más esperanza que la de retenerlo el mayor tiempo posible. Al cabo de un rato, el agua de la ducha deja de correr: es la señal. Me levanto, apago el cigarrillo en el cenicero y me marcho sin mirar atrás.
No he vuelto a saber nada de él. Todo lo que sé de entonces es que me ha servido para aprender mucho más acerca de mí.


PostMusic: Sinfonía nº 3 y Olden Style Pieces, de Górecki.

La vie en Rose, 3

Me dice: “Te criamos para que fueses como eres ahora, lo más parecido, en realidad e inevitablemente, a lo que éramos entonces; pero en ese camino, en esa entrega a ti, tal vez nos perdimos nosotros”. Mi madre, como mi padre, hablan de forma pausada y siempre usan las palabras exactas, igual que los escritores o los personajes de las películas. En mi subconsciente, reconozco que lo que ella me acaba de decir es algo que he pensado muchas veces, pero nunca me he atrevido a reprochar.
Continúa: “Tu padre y yo hablamos mucho de eso, últimamente. Y hemos decidido recuperarnos, ponernos al día; somos conscientes de que no será fácil, porque han pasado unos cuantos años y ya no somos los jóvenes de los años ochenta. Pero, en la medida de nuestras posibilidades, estamos dispuestos a aceptar ese reto. Y queremos que tú nos ayudes”. Le preguntó cómo puedo hacer yo eso. “Muy sencillo: no tienes que hacer nada en especial. Sólo tenemos que estar así, como ahora, viendo cómo eres, viviéndote como si fueses nosotros”.
Al oír esas palabras, mis ojos se nublaron.

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