Rent

Tengo una vecina que es prostituta, de esas que llaman de lujo. Parece el personaje de una novela: tiene treinta y cinco años, es inteligente, lo mismo puedes hablar con ella de filosofía -nuestro último tema de conversación ha sido Spinoza- como de literatura hispana, conoce los entresijos de la psicología humana, tanto la masculina como la femenina. A veces se acerca a casa para tomar algo, para prestarme o devolverme un libro, un disco, alguna película. Adora el cine europeo, como yo, por eso esta noche hemos estado juntas viendo Bleu, de Kieslowski. En cierto modo, me recuerda un poco a Julie, la protagonista, que interpreta Juliette Binoche, aunque ella dice que soy yo la que se parece a la actriz francesa, por mi físico.
También hemos hablado un poco de varias cosas, de mi trabajo, de mi forma de vida, de su concepción del sexo. Tratar esos temas con la naturalidad con que lo hace ella es un buen bálsamo para quienes hemos recibido una educación judeocristiana verdaderamente estúpida, por lo que significa de desmitificación de los tabúes, por lo que supone dar al placer su medida justa, física, intelectual, pero sin ir más allá. El ser humano, me ha dicho, es vulnerable por el sexo, y yo me limito a estar por encima de eso. Y lo estoy porque no creo en ciertos condicionantes de la moralidad, lo que me convierte en una persona más digna que la mayoría de los que pagan por mi cuerpo. En esa dualidad, desde luego, son ellos los que están por debajo de la línea de la debilidad, no yo.
Yo también comparto esos pensamientos. Aunque procuro que no sean los demás los que, amparándose en ello, vean una oportunidad para deshacerse de ese lastre animal que les hace cruzar la línea. No la de la debilidad, sino la de la pérdida de dignidad humana.
Nada más irse ella, he buscado el disco de PSB, he puesto la canción Rent y he ultimado una botella de vino a la salud de mi vecina. Escribo desde la cama, es muy tarde. Mañana será otro día, más o menos como el de hoy, pero siempre diferente.