Quedan pocas horas para que Francia se convierta en otra cosa, me dice Monique. La transformación ha sido paulatina, pero es. Ahora se desbocará. En el aire flota una sensación de condena a muerte. Así que todos nos dedicamos a darnos gusto, a tomar el sol, a bromear con el que vende el vino, las flores, la fruta, a intentar que nos quede siempre París.
Todos los domingos, domingo. Para despedir la Democracia en forma, como bromea mi amigo J que con I, su mujer, hacen las veces de padres putativos, vamos al mercado y frente a los pollos rostizados me doy cuenta de un gran vacío cognitivo.
Todos los domingos, domingo. Para despedir la Democracia en forma, como bromea mi amigo J que con I, su mujer, hacen las veces de padres putativos, vamos al mercado y frente a los pollos rostizados me doy cuenta de un gran vacío cognitivo.
Luego salimos a pasear, toda la zona de Bastille está llena de policías, para irnos acostumbrando dicen algunos. Nadie sabe como interpretar el miedo. En la tarde paseando, J me enseña su bistro favorito "Les Temps des Cerises", el mismo desde hace cuarenta años. Nos despedimos.
No quiero volver a casa. Una exposición sobre Beckett en Beaubourg. No me parece correcto terminar el domingo en otro sitio. Este domingo en otro sitio. La exposición está tan bien que dan ganas de quedarse a vivir y poner la cama justo detrás de ese muro/página de El innombrable por el que entra la luz y no sale nada. Pongo música (Lovertist, de Feist) y me siento a oírla en la sala tres de la exposición de Beckett.
No quiero salir pero hay que. La gente en la calle, con sus perros, con sus tes à la menta, con sus bolsas del pan. Todos miran el reloj cada diez minutos. Todos nos miramos a los ojos como despidiéndonos.
No quiero volver a casa. Una exposición sobre Beckett en Beaubourg. No me parece correcto terminar el domingo en otro sitio. Este domingo en otro sitio. La exposición está tan bien que dan ganas de quedarse a vivir y poner la cama justo detrás de ese muro/página de El innombrable por el que entra la luz y no sale nada. Pongo música (Lovertist, de Feist) y me siento a oírla en la sala tres de la exposición de Beckett.
No quiero salir pero hay que. La gente en la calle, con sus perros, con sus tes à la menta, con sus bolsas del pan. Todos miran el reloj cada diez minutos. Todos nos miramos a los ojos como despidiéndonos.
Llego a casa. Falta media hora. Sobre la mesa mi casero me ha dejado una nota: j’espère qu’aujourd’hui sera un très grand jour de joie. Me da un poco de risa y un poco de pena. Me hago un té y enciendo la tele.
3 commentaires:
vuelves?
Me parece que estuve en esa expo el otro día, que anduve por París. Allí proyectaban este corto con personas metidas en tinajas?
beckett, nice.
Enregistrer un commentaire