05 juillet 2006

Qué extrañas escenas describes, y qué extraños prisioneros.
Son iguales a nosotros.

Platón, República, Libro VI.
Que la vida no vale nada lo sabemos sin necesidad de oír cantar a Milanés. Otro cantar es tenerlo asumido, pensar que cada cosa que hacemos tiene mucha menos importancia que ver una nube pasar u oír el zumbido de un mosquito. Es, por decirlo de alguna forma, una frase recurrente en la que verdaderamente no debemos creer mucho, de otro modo no se explica el estrés y el desasosiego que nos producen las minucias más insignificantes de lo cotidiano.
En Santa Teresa, la ciudad de los asesinatos de mujeres en 2666, que no es otra que la mexicana Ciudad Juárez, la vida vale mucho menos que nada, menos aún que la muerte. Por eso no importa el asesino (o los asesinos), ni tampoco quién es Archimboldi, ser vulgar y fascinante al mismo tiempo, muestra ejemplar de ese malditismo del siglo XX que tanta gente admira en los demás y reniega para sí. Sin embargo, lo que más me ha emocionado de esta enorme historia coral ha sido el reparto de personajes femeninos: la introversión como defensa, el sexo como espita de escape, la belleza como arma para manipular, la locura como intelectualidad... y el amor al perdedor, al perdedor de verdad, algo que sólo las mujeres pueden –podemos- entender. Los hombres no salen bien parados en esta obra, pero no tanto por ellos, que, a fin de cuentas, irradian necesidades y contradicciones que los convierten en seres tan humanos y entrañables y dignos de ser arropados y queridos por nosotras, desde los críticos Espinoza y Pelletier, que se acuestan por turnos con Liz Norton y esperan de ella una elección entre ambos, pasando por el periodista negro Oscar Fate, que acaba enamorándose de la hija de Amalfitano, hasta el ridículo general transilvano que invoca a Drácula mientras penetra a la baronesa von Bompe, un individuo de estúpido honor que muere crucificado por sus propios soldados, con su pene de treinta centímetros colgando como el péndulo de Foucault. El propio Archimboldi, hijo de una tuerta y un cojo prusiano, es el paradigma del antihéroe, un tipo taciturno al que la suerte lo convierte en alguien casi inmortal, rodeado de personajes secundarios femeninos que tienen, aun siendo físicamente débiles, mucha más luz que él.
El mundo de Roberto Bolaño, el escritor de 2666, despierta una sensibilidad que estalla en infinidad de direcciones, pero que se recogen todas en una: la complejidad del ser humano frente a la sencillez de la muerte. Que otros intelectuales del 'régimen', como Pérez-Reverte, lo critiquen y lo consideren un farsante, dice mucho de ambos.

1 commentaire:

Incensurable a dit…

Voy a leer esta novela, no sólo por tu apasionada e intrigante crítica, sino por el desprecio que tengo por el personaje de Reverte (que no por sus obras).