Después de tomar una coca-cola sin casi hablarnos, dimos un paseo por las tiendas de perfumes, rodeamos la pirámide de cristal y acabamos bajo la torre de Eiffel, donde millones de turistas y paisanos habrán pisado para hacer la típica foto que sorprende a todos. Parecía que estábamos haciendo tiempo, pero en realidad tiempo es un lujo que, al menos él, no se podía permitir en ese momento. Luego tomamos un taxi hasta el aeropuerto, y nos despedimos con un abrazo que lo dijo todo, lo bueno y lo malo y lo que nos quedó pendiente.
Un día me dijo un psicólogo que lo peor de todo era reprimir las lágrimas. Nunca le he hecho caso.
Mi padre dice que cuando cruzo mis manos al caminar es porque estoy triste.
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