A veces te ciega la luz, me dice, y sólo quieres encontrar una sombra donde recogerte y pararte a pensar o, simplemente, a no hacer nada de nada.
Eso es perder el tiempo, le respondo.
No creas, pero en todo caso, ¿y qué?
¿Nunca te has arrepentido de ello?
No, jamás. Si piensas que es un lujo, tal vez debas permitírtelo, porque la vida está llena de lujos a los que no tienes acceso. Al menos, la pérdida del tiempo es un lujo universal, como los impuestos sobre los hidrocarburos… las mayoría de las personas pasan el tiempo viendo la televisión, ahora los partidos de fútbol, leyendo libros estúpidos que hablan de existencias que les emocionan porque sus existencias son aburridas, comprando cosas que no necesitan, en definitiva, perdiendo el tiempo en naderías. Tal vez lo mío sea un error de apreciación o una muestra de debilidad, pero dime si lo que hacen los demás no es precisamente eso mismo, engañarse y girar al ritmo que les marcan las necesidades colectivas, que son, desde luego, las peores de todas.
Me quedo pensando que tal vez tenga razón, al menos en parte.
Mira a tu alrededor, me dice.
¿Qué?
Toda esta ruina, en algún tiempo, estuvo habitada por personas que tenían aquí su hogar. A saber dónde han ido a parar. Igual están muertas.
Eres pesimista.
Tal vez. ¿Hay algún motivo para no serlo?
Muchos.
Dime uno.
Me alejo unos pasos de su posición y me paro en medio de la sala, cerca de las columnas. Le hablo de espaldas, en voz baja.
Te puedo dar miles, pero si eres pesimista, a todos le vas a encontrar un lado opuesto, una contrapartida.
Quédate quieta un instante. No te muevas. Quiero hacerte una foto.
Le hago caso. Al cabo de unos segundos, oigo el clic de su cámara. Ahora date la vuelta, me dice. Y mírame, mírame y dime que quieres hacer el amor conmigo, que en este momento no deseas otra cosa.
Me vuelvo, camino hasta donde está él y me siento a su lado. Cojo una piedra del suelo y me pongo a dibujar trazos al azar. Él observa lo que hago, tal vez intentando descifrar algo que no existe, tal vez sin pensar en nada de nada, como me acababa de decir.
¿A qué hora tienes que irte a trabajar?, me pregunta.
Hoy es domingo, tengo el día libre. Me he pasado parte de la noche leyendo un libro de más de mil páginas, y toda esta mañana también, hasta que me recogiste, casi. Voy por la mitad.
¿De qué va?
Le doy con el codo y sonrío. No te lo voy a contar, no sea que pienses que leo cosas ridículas. Luego intento corregir un bostezo.
Él también sonríe, pero menos. Mira su reloj, son las cinco de la tarde.
¿Tienes sueño?
Un poco sí. Creo que necesito un café.
Bueno, ¿nos vamos?. Está refrescando aquí.
Eso es perder el tiempo, le respondo.
No creas, pero en todo caso, ¿y qué?
¿Nunca te has arrepentido de ello?
No, jamás. Si piensas que es un lujo, tal vez debas permitírtelo, porque la vida está llena de lujos a los que no tienes acceso. Al menos, la pérdida del tiempo es un lujo universal, como los impuestos sobre los hidrocarburos… las mayoría de las personas pasan el tiempo viendo la televisión, ahora los partidos de fútbol, leyendo libros estúpidos que hablan de existencias que les emocionan porque sus existencias son aburridas, comprando cosas que no necesitan, en definitiva, perdiendo el tiempo en naderías. Tal vez lo mío sea un error de apreciación o una muestra de debilidad, pero dime si lo que hacen los demás no es precisamente eso mismo, engañarse y girar al ritmo que les marcan las necesidades colectivas, que son, desde luego, las peores de todas.
Me quedo pensando que tal vez tenga razón, al menos en parte.
Mira a tu alrededor, me dice.
¿Qué?
Toda esta ruina, en algún tiempo, estuvo habitada por personas que tenían aquí su hogar. A saber dónde han ido a parar. Igual están muertas.
Eres pesimista.
Tal vez. ¿Hay algún motivo para no serlo?
Muchos.
Dime uno.
Me alejo unos pasos de su posición y me paro en medio de la sala, cerca de las columnas. Le hablo de espaldas, en voz baja.
Te puedo dar miles, pero si eres pesimista, a todos le vas a encontrar un lado opuesto, una contrapartida.
Quédate quieta un instante. No te muevas. Quiero hacerte una foto.
Le hago caso. Al cabo de unos segundos, oigo el clic de su cámara. Ahora date la vuelta, me dice. Y mírame, mírame y dime que quieres hacer el amor conmigo, que en este momento no deseas otra cosa.
Me vuelvo, camino hasta donde está él y me siento a su lado. Cojo una piedra del suelo y me pongo a dibujar trazos al azar. Él observa lo que hago, tal vez intentando descifrar algo que no existe, tal vez sin pensar en nada de nada, como me acababa de decir.
¿A qué hora tienes que irte a trabajar?, me pregunta.
Hoy es domingo, tengo el día libre. Me he pasado parte de la noche leyendo un libro de más de mil páginas, y toda esta mañana también, hasta que me recogiste, casi. Voy por la mitad.
¿De qué va?
Le doy con el codo y sonrío. No te lo voy a contar, no sea que pienses que leo cosas ridículas. Luego intento corregir un bostezo.
Él también sonríe, pero menos. Mira su reloj, son las cinco de la tarde.
¿Tienes sueño?
Un poco sí. Creo que necesito un café.
Bueno, ¿nos vamos?. Está refrescando aquí.
1 commentaire:
A veces da pena acabarse un texto tuyo. Estaria genial que siguiese y siguiese...
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