No es verdad que yo vaya de Amelie por la vida y que el resto de la gente lleve una existencia rayada, como la de los personajes de Raymond Carver. Sí es verdad que la mayoría de las personas se complican demasiado en cosas que para mí no tienen la menor importancia, tal vez porque tengo claro aquello de que no somos nada, pero nada de nada, y porque practico ese proverbio árabe que habla de las preocupaciones ridículas cuando algo tiene o no tiene remedio. Hay quienes a eso lo llaman frivolidad, o conformismo, o falta de ambición, pero yo lo llamo sencillez.

El viernes y el sábado estuve posando para Monique, que está haciendo una serie fotográfica de desnudos a personas de diferentes edades. Anoche, cuando la llamé para preguntarle cómo le había ido ayer, me contó que una amiga de 40 años, que posó durante todo el día para ella, le había pedido por la noche que destruyera todas sus fotos. De hecho, le hizo destruir todas sus fotos, borrarlas del disco duro y de la memoria de la cámara. Sus argumentos para hacerlo no los mencionaré aquí, pero me parecieron de psicólogo.

Esta mañana, cosas del azar, me topé por la calle con su amiga, que más o menos me vino a decir lo mismo, añadiendo al final algo así como “entiendo que, en tu caso, el resultado sea una obra de arte, pero yo tengo dos hijos y quién sabe qué pudiera pasar en el futuro con esas fotos”.