La primera vez que nos vimos, yo estaba leyendo la contraportada de Tokio Blues, el libro de Haruki Murakami, sentada en un banco del Bois de Boulogne. Ella estaba sentada en otro banco, con su cámara en ristre, a unos cuantos metros de mí. Yo leía, pero en realidad no leía, porque no dejaba de pensar en la vida de mi padre, recién viudo, y en la mía propia, recién convencida a abandonar Bruselas y buscar un sitio donde comenzar de nuevo y ayudar al único ser de mi sangre que quedaba con vida. Fueron los momentos más turbios de mi presencia en este mundo, agravados por una depresión que nació en los últimos días que pasé en Madrid y que, lejos de desaparecer, se fue poco a poco enredando como madreselva, con el paso de los días y los meses.
Sólo me di cuenta de que se estaba acercando alguien cuando ese alguien ya casi estaba sentado junto a mí.
¿Te ocurre algo?
De aquellos tiempos, ni tan lejanos ni tan próximos como para olvidarlos o recordarlos con certeza, lo único que soy capaz de asegurar es que nunca derramé una lágrima y que, por el contrario, tampoco nunca abandoné, durante al menos dos meses, una especie de estado hipnótico y deambulante, parecido a una nebulosa, en el que nada parecía importar nada.
¿Perdona?
Te he hecho una fotografía desde allí –me señaló el lugar-. No se ve tu cara, espero que no te importe. Me recordaste un cuadro de Friedrich, aunque no sé bien por qué.
No, da igual.
¿No eres francesa, verdad?
No.
Yo me llamo Monique, ¿y tú?
Rosanna, pero me dicen Rose.
Encantada, Rose.
Nos dimos dos besos. Luego ella me mostró la fotografía, en el display de su Nikkon. La estoy probando, estos chismes digitales son muy útiles... Te pregunté antes si te ocurre algo.
Su forma de hablar, su voz, su entonación, eran perfectas. Casi me dio ridículo hablar yo.
Acabo de llegar, busco piso.
Ella sacó su teléfono móvil del bolso, diciendo algo así como ¿eso es todo? Luego marcó un número y habló con alguien, haciéndome preguntas sobre horas disponibles para visitar lugares –todas, le respondí- y lugares de preferencia para vivir –cualquiera- o necesidades de espacio –con una habitación sería suficiente- y cuestiones por el estilo. Luego, tras colgar, me dijo ¿vamos?
¿Adónde?
Muy cerca hay un apartamento con una habitación libre, a compartir con unos estudiantes. Es un buen sitio.
Me levanté, le di las gracias y echamos a andar. Sin Monique no sé si aún hubiese levantado cabeza. Es como mi hermana mayor, casi como mi madre. De ella son casi todas las fotografías que aparecen en este blog, todas retocadas, pero suyas. De ella es la mirada del síndrome polar.
3 commentaires:
Es una gran fotógrafa.
... y también me encantan las fotos.
gran manera de conocer a alguien q' figurara tanto en tu vida...no logro recordar algun encuentro asi.
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