27 mars 2006

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Mis manos son plumas y mi cabeza, tintero. Escribo para no olvidarme de recordar que tengo una vida a consumir y placeres y otras cosas que gozar y expulsar, porque el olvido es el ángel exterminador de la memoria, y mis palabras son refugios antiaéreos que me mantienen viva, viviendo, soñando.
La gente dice tener sueños, pero no pierde el tiempo soñando.
Lo mejor del deseo es el vértigo interior que genera y la explosión que provoca conseguirlo, y la germinación de un nuevo deseo, al final de un camino. Escribo en mis cuadernos todas esas sensaciones, lo mejor que puedo, justo cuando termino y empiezo. Mi vida es un balance inexacto, pero minucioso, un inventario de electrocardiogramas cotidianos que no salen del ajetreo de la vida, sino de las emociones humanas más elementales.
Ahora sé que el amor es el amor a la belleza, y esta no tiene rostro, sólo belleza.
Empecé a escribir con once años. Desde entonces, hasta hoy, tengo guardados 99 cuadernos. Con estas palabras, y otras que no pongo aquí, se inicia mi cuaderno número 100. El mundo gira, y yo con él. Su revolución no ha hecho más que comenzar, y la mía también.

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