
El amor es como una silla vacía. El hombre del que me enamoré una vez la ocupó algunas veces, pero siempre la dejó libre, hasta que nunca más volvió a sentarse. Hizo bien, porque había otra silla que ocupar en otro lugar, supongo que la misma donde ahora estará reposando, feliz, o eso espero. Después de él, nadie más ha dejado calor en el asiento, tal vez por mi síndrome polar, o tal vez porque el amor es como una silla giratoria.
De ese hombre no sé nada desde hace más de un año. No es que eche de menos aquello, al menos no más de lo que cuesta escribir este post. En todo este tiempo he tenido y he querido más que nunca, tanto que no ha habido nadie a quien necesitase amar. Tanto, que al final acabaré diciendo, como Kieslowski, que lo importante no es ya quien ocupe la silla, sino la propia silla.
De ese hombre no sé nada desde hace más de un año. No es que eche de menos aquello, al menos no más de lo que cuesta escribir este post. En todo este tiempo he tenido y he querido más que nunca, tanto que no ha habido nadie a quien necesitase amar. Tanto, que al final acabaré diciendo, como Kieslowski, que lo importante no es ya quien ocupe la silla, sino la propia silla.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire