01 mars 2006

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El sábado por la noche, mientras en la barra de un bar de la zona de Bastille un tipo con los ojos vidriosos decidió ofrecernos su propia y espesa interpretación de Self-Portrait as a Fountain de Bruce Nauman, orinando un buche de gin tonic sobre la gente que tenía a su alrededor, Monique bailaba una canción de M.I.A. en medio de unos individuos de aspecto lascivo que la devoraban con los ojos, mi amigo Jean Paul se lamentaba de su mala suerte con las chicas, y yo lo consolaba diciéndole que las chicas somos como peces de colores dentro de la boca, no recuerdo bien a cuento de qué, supongo que por haber leído demasiado a Julio Cortázar.
Poco después de eso, bajo cero en las calles oscuras, Monique seguía bailando y dándome besos etílicos de tornillo, a lo que yo respondía poniendo mi pierna entre sus piernas y desordenándole el pelo con mis dedos, mientras un magrebí nos pitaba desde el interior de su taxi-gallinero ambulante y Jean Paul se tapaba la cara gritando que estábamos locas de atar y que se avergonzaba de nuestra compañía y que no nos conocía de nada, aunque reconocía que lo peor de todo era no estar en medio de las dos cada vez que nuestros cuerpos se abrazaban.
-Podemos hacer un trío, si quieres –insinuó Monique.
-Por mí encantado –respondió él, sin mucho convencimiento ante la proposición de alguien rematadamente lesbiana.
A eso de las tres de la madrugada, después de un botellón improvisado y unas cuantas canciones bailadas sin otra música que la de los coches discoteca que pasaban de vez en cuando, lo mismo rai argelino que Madonna, Monique y J. P. descendieron su particular slalom a velocidad de vértigo y acordaron, no sólo postergar lo del trío, sino no estar ya disponibles ni para monólogos, así que los cargué en un taxi, esta vez conducido por un polaco con cara de pocos amigos, y los acosté juntos en la cama de ella, abrazados para no perderse y descalzados. Yo me tumbé en el sillón, me tapé con una manta de Air France y me puse a escuchar a Sr. Chinarro en mi mp3. Cuatro horas más tarde me levanté, me duché y entré en el cuarto de Monique para coger ropa limpia de su armario. Allí seguían, tal y como los dejé, igual que dos enamorados de Shiele, versión saturday night fever. Qué buena pareja harían, pensé, alcahueta de mí.
Luego me fui a trabajar.

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