Caminar por el viejo París siempre es un placer con él, porque su forma de describir el pasado te hace ver y sentir los recuerdos como si éstos hubiesen estado aguardando su mención, escondidos bajo una tienda de ultramarinos o dentro de una residencia de estudiantes. Los recuerdos se parecen a las termitas, permanecen ocultos bajo la madera del suelo, siempre rumiando, me dice. Los suyos, incluso los más personales, no provocan lágrimas en sus ojos, sino una sonrisa dulce que se dibuja a veces pícara, otras complaciente: sólo así puede ser un optimista, un vitalista compulsivo.
Georges Pimenteau podría ser el abuelo que nunca conocí, un partisano aún fuerte y de semblante sereno y limpio, mirada generosa y aspecto bohemio, con esa charme intemporal que enamora.
La vida es tan poliédrica que aún no he descubierto todas sus caras, me dice.
Y cuáles, según usted, le quedan.
Muchas. La mía, por ejemplo.
Georges Pimenteau podría ser el abuelo que nunca conocí, un partisano aún fuerte y de semblante sereno y limpio, mirada generosa y aspecto bohemio, con esa charme intemporal que enamora.
La vida es tan poliédrica que aún no he descubierto todas sus caras, me dice.
Y cuáles, según usted, le quedan.
Muchas. La mía, por ejemplo.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire