21 décembre 2005

El espíritu de la colmena

Mi apartamento se parece a esos de las películas donde viven estudiantes del Erasmus, una especie de colmena donde cualquier zumbido ajeno lo tienes dentro de tu habitación, desde los ronquidos hasta los jadeos a medio reprimir, desde las canciones en la ducha hasta el yogur favorito que desaparece de la nevera, el despertador que suena quince minutos antes que el tuyo en la habitación de al lado, los cabellos sin recoger en la bañera o las discusiones acerca de si deben o no entrar visitas temporales. Me divierte ese caos en mi habitación, la más pequeña de todas, donde todo está tan milimétricamente colocado que si cambias algo de sitio el puzzle se desbarata por completo. Por no mencionar mi cama de ochenta centímetros, donde un giro inesperado puede acabar en accidente y donde, si duermes con los brazos abiertos, corres el riesgo de desbaratar todo lo que hay sobre la mesita de noche.
Tiene sus inconvenientes, pero es humano. Ahora, la mayoría de mis compañeros de piso se van a pasar las navidades con sus familias, a Nantes, a Lyon o a Marsella, y me quedaré prácticamente sola. Se acabarán por un tiempo la espera para el baño, las riñas por fumar en el salón o por usar la lavadora fuera de turno. Al principio echaba de menos la intimidad de poder ir desnuda por las habitaciones, escuchar a Shostakovich a horas intempestivas o tener desahogo en los espacios, pero me he dado cuenta de que hay cosas más importantes que todo eso. Es una faceta que desconocía de mí misma, y me siento bien al haberla descubierto.

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