
Beber para decidir, aunque esté decidido ya. La suerte de controlar y de tener buenas resacas, de que te lleven a casa sin parecer un desastre, de que te digan que, a pesar de llevar la sangre dulce de ron de caña, sigues manteniendo todos los tipos y cierta lucidez a la hora de pulsar el botón del ascensor o de seguir las líneas del parqué, camino de la cama. La suerte de que F esté ahí, de que te quite la ropa y los zapatos, que te arrope y te dé el beso de las buenas noches que ningún amante ha sabido darte como él, que nunca ha sido mi amante. La tremenda fortuna de despertar con la bandeja del desayuno y el póker de estaciones de Vivaldi (F dixit), sin dolor de cabeza y con ganas de amar las horas que están por venir. La simple alegría de encontrarme con la chica del metro sonriente, dejando atrás las lágrimas que se perdieron por los túneles de Madrid, de que el frío de la mañana no corte y te sientas parte activa de tu propia historia, no una mera espectadora de la vida que pasa por delante. Estoy enamorada de todo lo que voy a dejar aquí, pero me siento como el viajero de Friedrich, mirando las nubes y deseando formar parte de ellas. Sabiendo que puedes perderte por los acantilados, pero con fuerza suficiente para dar el salto y emprender el vuelo. Incluso para arrepentirme, volver y besar, abrazar y desear todo aquello que aquí me dejo, incluso a quien me dio cobijo en sus días, perseguido por la casualidad de mi síndrome polar.
Trabalenguas: Casualidad causal o causalidad casual. (El orden de los factores no altera el producto).
Subwaymusic: Olivia, Plastic D’Amour.
La vie en Rose, 2.
F siempre ha estado a mi lado, desde que me cambiaba los pañales hasta hoy. Él es parte de Rose, hasta el punto de que me siento incapaz de escribir sobre él sin pensar que lo estoy haciendo sobre mí también. Confesor y confidente, a veces padre y madre y otras hermano y pareja de hecho, que me compra la ropa y deja que yo me ponga la suya, inquilino permanente de mis alegría y de mis momentos más hermosos y, también, de sus y mis desdichas, cuando las ha habido. Cuando le gusta un chico, yo soy la primera en saberlo, antes que el propio amado; pero cuando sufre un desengaño, procura no contagiarme su tristeza y me reserva sus mejores bromas para que no lo vea preocupado. Ahora es él quien necesita ayuda, el número que se repite más veces en mi móvil, pero, aún en momentos como este, no creo que mis manos sobre él sean más vigorosas que las suyas sobre mí.
-Si tú me lo pides, me voy contigo a Bruselas con los ojos cerrado.
-Sabes que no puedo pedirte eso...
-Vale, no me lo pidas. Basta con que lo pienses para que yo lo sepa.
F es el único que puede conocerme mejor que yo misma. Mis virtudes y mis defectos, mi forma de ver las cosas y, a veces, incluso mi conciencia. Por él he conocido más también a los demás, por él me conozco mejor a mí misma. Y su belleza interior es tanta, que piensa y dice que es al revés.
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